“Nací en Oklahoma, en una familia católica.
Soy la mayor de seis hijos y querría que mucha gente tuviese una familia como la mía.
Crecí amando la fe. Mirando la televisión intentaba comprender quién quería ser.
Y me decía: “una mujer bella y excitante”.
Comencé a absorber el modelo de belleza de la televisión.”
Hacía todo aquello que una buena católica no debería hacer y medía mi persona solo en base a mi belleza: quería que todos me amen y aprecien por mi apariencia. Creía en Dios sí, pero no pensaba que El estuviese interesado en mi vida. Pensaba que me juzgaba y nada más, no que me amaba. Luego de algunos castings participé en las audiciones para el reality America’s Next Top Model…
Del reality recuerdo las grabaciones en el lujosísimo Waldorf-Astoria de Nueva York: habían quitado las puertas de las habitaciones y las cortinas de las duchas. Cero privacidad: nuestra dignidad era pisoteada.
…la moda no era el ambiente que me había imaginado, fácil, bello y divertido. En la realidad todos te empujan a dar siempre algo más: cabellos más largos, ojos más maquillados, una belleza más vistosa… Nunca es suficiente. Aún envuelta en el frenesí de la moda, entre lentejuelas y pasarelas, “sabía muy dentro de mí que no estaba glorificando a Dios con lo que hacía”, reflexiona la ex modelo.
“Alrededor mío, sin embargo, todos repetían que solo ser hermosa y famosa era garantía de felicidad. ¡Qué gran mentira! De noche volvía a mi departamento, me quitaba el maquillaje, y entonces tenía que enfrentar realmente mi infelicidad: estaba vendiendo mi belleza por dinero.
Todo cambió en medio de un servicio fotográfico para una importante revista internacional solo para hombres. Aquel servicio fue un verdadero encuentro con Dios, imprevisto, no planificado y no querido.
Me pidieron de ponerme un vestido muy corto y revelador, claramente sexy. En seguida pensé «ok, lo hago, es mi trabajo». Pero percibía como crecía en mí el descontento. El fotógrafo comenzó a tomar las fotos. Y un flash me golpeó, no en la cara, sino dentro de mí: vi como una fotografía de mi misma, con aquel micro vestido, delante de Dios. Me pregunté entonces, «¿qué le estas ofreciendo a Dios?» En aquel momento, entendí que había gastado diez años de mi vida en el egoísmo. En el desinterés por los demás, por mi familia, por Dios. Sin embargo, el mundo no me devolvía la atención que yo le daba haciendo de modelo”. Leah tomó la decisión: cerró la puerta de un golpe y se fue.
“Quería cambiar de vida, pero sola no podía, por eso pedí ayuda a Dios. Llamé a mi padre… golpeó a mi puerta con la sonrisa más linda del mundo y la primera cosa que me dijo fue: «Estoy contento de volver a verte. Ahora vamos a confesarnos».
Dios me ha dado muchos talentos y yo quiero restituirle mi belleza y mi corazón: quiero darle a El y a nadie más”. En mi pasado de modelo entendí que me da mucha más paz creer en Dios que el modo de pensar del mundo. Lo que realmente importa es la respuesta que demos en la vida a estas dos preguntas: ¿qué es el amor? Y ¿qué es la felicidad?
A quien no tiene esas respuestas, el mundo se las dará según su gusto. Y el mundo no ama: Dios, en cambio, los amará. Yo en mi vida, ahora solo tengo un objetivo: quiero que Dios mirándome, sonría conmigo.
del semanario "TEMPI" - 2 Nov 2011
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